La democratización de la autoestima

El liderazgo, entre otras cosas, es una cuestión de autoestima. 
Autoestima

La capacidad para dar dirección a otros, para atreverse a mirar la realidad de otra manera, cuestionar la ideología imperante y creer en objetivos que para la mayoría parecen inalcanzables, exige mucha confianza en uno mismo y mucha autoestima.

Durante siglos la autoestima era propia de quien podía permitírsela. La conciencia de clase imponía una condición que se asumía como propia. Solo las clases altas y adineradas se sentían con capacidad para cambiar la realidad. Con el siglo XX se empezó a generalizar la autoestima, la confianza en el poder personal de uno mismo, la creencia de que tenemos el poder de influir en el mundo. Esta autoestima implica el hecho de sabernos dignos y con derecho de cambiar y mejorar la realidad. Hoy cualquiera, en el mejor sentido de la palabra, puede convertirse en un líder con “L” mayúscula para su comunidad.

Revisando la vida de los grandes líderes de la Historia, que recogemos en el libro El liderazgo a través de la Historia, observo una tendencia clara en esta dirección. Muchos de ellos tuvieron orígenes familiares que les dotaron de una sólida autoestima. El propio Nelson Mandela, que hoy reconocemos como una figura de enorme liderazgo, parece que era nieto de reyes con derecho hereditario a dirigir su tribu. El cartaginés Aníbal Barca, que tuvo en jaque a la poderosa Roma del siglo tres antes de cristo, era miembro de una de las familias más influyentes de Cartago, hijo de Amílcar Barca, afamado general que llevaba años luchando contra los romanos.

El romano Julio Cesar, referente de liderazgo de la antigüedad, era miembro de una familia patricia y estuvo emparentado con alguno de los hombres más influyentes de su época.

En la Edad Media, Francisco de Asís, que creó la orden franciscana y tuvo una vida fascinante de aventuras y atrevimiento, era hijo de un rico comerciante de su ciudad.

Los reyes católicos, Isabel y Fernando, eran los dos de familia real. La familia de Napoleón pertenecía a la Nobleza corsa. Kennedy era miembro de un clan de rancio abolengo americano. Su padre, además de ser  embajador de Estados Unidos en Inglaterra, era un rico hombre de negocios, que hacía negocios con la familia Roosevelt.

Los libertadores latinoamericanos eran hijos de familias con poder en sus países. Simón Bolívar era hijo de la aristocracia Caraqueña. El libertador del Perú, José de San Martín, era hijo de la oligarquía española en las indias, su padre era Gobernador, el mismo estudio en el Real Seminario de Nobles de Madrid.

Es cierto que hay muchas excepciones de personas que demostraron un gran liderazgo sin haber tenido una infancia privilegiada. Algunos de ellos son muy conocidos, como Adolf Hitler que procedía de una familia de clase media Austriaca, su padre era agente de aduanas. Otros son menos conocidos, como Harriet Tubman era una esclava negra, hija de esclavos, en la América esclavista, y eso no fue obstáculo para que diera una lección de liderazgo al mundo.

Afortunadamente, al final del siglo XX y comienzo del siglo XXI, la conciencia colectiva asumió que todos tenemos el poder  personal para cambiar el mundo.

En 2009 Obama, de familia humilde, llegó a la presidencia aupado por su famoso “Yes, we can”. Cincuenta años antes Kennedy sorprendió a sus conciudadanos pidiéndole que se preguntaran por su  poder personal. “No os preguntéis qué puede hacer vuestro país por vosotros, preguntaos que podéis hacer vosotros por vuestro país”.

Desde un lugar más poético, José Saramago afirma, en una de sus frases más celebradas, que hay dos superpotencias mundiales, una es Estados Unidos, la otra eres tú.

superpotencias

En un mundo con mucha más gente consciente de su capacidad personal para modificar la sociedad es previsible que todo se revolucione y la raza humana siga creciendo. No obstante merece la pena que recordemos, como afirma el psicólogo Alejandro Busto, que no hay nada más frágil que la autoestima.

2 comentarios en “La democratización de la autoestima

  1. Qué bien escribes y qué cierto es que a veces dirigir equipos con una idea en el horizonte es muy parecido a predicar en el desierto. Estás ahí hablando todo convencido mientras muchos piensan que estás loco porque hablas solo. No conocía la frase de Saramago. Te la robo. Un abrazo.

  2. Je, je, Yo también la robé un día. Gracias por tu comentario Carlos. Aupa con los idealistas. Aunque no tiene que ver con el post, o si, ayer viendo a los francotiradores en Kiev matara a los jóvenes que persiguen más democracia y más participación, pensaba que estaban matando a jóvenes soñadores, dispuestos a pagar con su vida. La historia la hemos visto ya muchas veces: en una acera el compromiso con un sueño, en la otra los mal nacidos.

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